Todas las noches acostumbro a alzar la mirada, vislumbro el cielo por un momento y cuando esta ahí me detengo a mirarla, admiro su belleza, sus formas cambiantes, su luz.
Los años pasan y no me canso de contemplarla, siempre distinta, siempre luciéndose, como invitándonos a ser cambiantes, igual que ella.
Presume su nuevo rostro y su nueva luz regalando una sonrisa a todo aquel que voltee a verla y en ocasiones, haciendo gala de su perfección, ilumina a todos con su resplandor de forma geométrica.
Por mucho tiempo su belleza fue algo indescriptible, algo indescifrable que me hacia soñar, me hacia calmar, me hacia sentir enamorado y me hacia pensar, pero no lograba entenderlo, me era imposible darle sentido, darle un significado, darle una razón.
Hace unas noches lo comprendí, cuando estando a tu lado mire al cielo y ella brillaba, cubría con un manto a todo lo que se encontraba debajo de ella y fue cuando entendí que la verdadera razón de su belleza no es la luna misma, ni su luz, ni sus formas, sino lo que la luna ilumina… tu pelo, tus ojos, tus labios, tu cuerpo y tu sonrisa frente a la mía.